Skip to main content

La emocionante carta de una alumna de Medicina a su hermano con síndrome de Down

Compartimos la carta que Covadonga Calvo, una estudiante de Medicina que está preparándose para el examen MIR, ha escrito a su hermano Felipe, que tiene síndrome de Down y que es uno de los chicos que acompañamos en la fundación. En ella expresa que las personas son mucho más que sus síndromes, sus patologías o morfología. Porque la ciencia describe, pero se deja muchas verdades por el camino.

Aquí la carta que se ha hecho viral a través de nuestras redes sociales, conmoviendo a cientos de miles de personas en el mundo.

Querido Felipe:

Hoy me ha tocado estudiarte y he tenido la sensación de que se han olvidado de lo más importante, de aquello que más te caracteriza. Hoy me ha tocado estudiar a las personas con síndrome de Down y no te he encontrado del todo. Hoy me ha tocado estudiarte y te he echado en falta.

Porque allí donde leía “oblicuidad mongoloide de pliegues palpebrales” faltaba la aclaración de mirada cómplice, achinada, que cuanto más achatada es, más llena de picardía y de bondad. Porque allí donde especificaban “manchas de Bruschfield” yo veo unos ojos verde esmeralda repletos de puntitos dorados que hacen que, cuando te dignas a abrirlos, tengas los ojos y la mirada más bonita del mundo.

Había una lista interminable de adjetivos definitorios de gente como tú pero les faltaba plasmar la realidad del asunto. Allí donde escribían “macroglosia” yo me acuerdo de tu forma de sacar la lengua a modo burlón, allí donde ponían “surco simiesco” y “piel redundante” yo recuerdo tus manos ásperas y pequeñas que acarician mi rostro despacio y con especial cariño.

Allí donde remarcaban “malformaciones cardiacas asociadas” no se entiende qué es porque en vuestro corazón cabe todo el mundo, porque es un corazón tan grande y pleno que no deja a nadie atrás, un corazón diferente y que, por tanto, no puede ser igual al de los demás.

Nos han aclarado fervientemente que sois “la causa más frecuente de retraso mental grave” en los países desarrollados. Y yo me pregunto: ¿de qué tipo de inteligencia estamos hablando? Si supieran lo mucho, muchísimo, que aprendemos cada día de vosotros… Admiro y deseo vuestra inteligencia: tan humana, tan bella, tan sencilla. Tan arraigada a la naturaleza del ser humano que detecta al instante el dolor y la tristeza y no es capaz de no sufrirlas en sus propias carnes. Una inteligencia que no conoce la maldad, que acoge a todo ser vivo (humano, vegetal, animal…) y lo abraza con tantas ganas y fuerza que a veces te puede dejar sin respiración.

Y es así como yo, en este día de verano tan diferente, en la multitud de características que médicamente os definían, no te he encontrado, querido hermano. No he encontrado por ningún lado tu sonrisa picarona y tu risa sonora, tampoco tus cánticos a pleno pulmón, ni tus ronquidos que demuestran que te estás echando una señora siesta. No he reconocido tus pies, ni tus deditos separados, ni tu abrazo que tanto me calma y seca mis lágrimas. Me ha faltado tu alegría y empeño (tan testarudo a veces), tu pozo sin fondo para la comida y tu forma de andar. Me ha faltado todo lo que realmente os define y os hace diferentes, y he sentido la necesidad de escribirte, de definirte, de darte a conocer como lo que realmente eres en la vida, y no solo como todos esos rasgos que tan secamente me ha tocado estudiarme hoy.

Ojalá que todo el mundo tenga la oportunidad de conoceros (y estudiaros) como lo que realmente sois. Estoy plenamente segura que su visión (y la de esta sociedad) cambiaría. Gracias por enseñármelo de primera mano, te admiro profundamente (aunque nunca llegues a entenderlo).